La pintoresca figura de este filósofo griego, que buscaba a un hombre con una linterna y vivía dentro de un tonel, llegó a atraer hasta el propio Alejandro Magno, que fue a visitarlo. No escribió nada; enseñó con su ejemplo y mordaz palabra.
Algunos de aquellos antiguos filósofos se parecían a los modernos “hippies”. Sócrates, Platón y otros andaban descalzos. Pero ninguno les aventajó tanto en el descuido del vestido como Diógenes, quien después de haber pasado su juventud extravagante y disipada en Atenas, se entregó seriamente al cultivo de la filosofía, durmiendo en los pórticos de los templos y viviendo en la calle. Enseñaba más con la acción que con grandes discursos. Andrajoso, se paraba de repente delante de un rico bazar, surtido de cuando pueda desear el gusto más ambicioso, e inspeccionaba atentamente todo lo expuesto. Los jóvenes de la ciudad y todo el mundo se agolpaba, esperando alguna ocurrencia genial, y el filósofo se alejaba diciendo con un suspiro de alivio: “'¡De cuántas cosas no tengo yo necesidad!” Cuando Alejandro Magno le visitó, le preguntó qué deseaba de él, y el Cínico le respondió: “Que te apartes, para no quitarme el sol…”
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