Como personificación de la fuerza, los romanos tributaron culto a Hércules, el héroe legendario de extraordinarios “trabajos” al que los griegos habían venerado bajo el nombre de Heracles. Se le atribuía la apertura del estrecho de Gibraltar, antes de la llegada de los ingleses.
Muchas son las leyendas en torno a Hércules, a veces contradictorias. Hijo de Júpiter, ya en la cuna estranguló dos serpientes que la diosa Hera le había enviado para matarlo. En un acceso de furia demente dio muerte a su esposa y dos hijos, y como pena de expiación le fueron impuestos los famosos doce trabajos, entre los cuales matar al león Nemea y la hidra Lerna, capturar el toro loco de Minos, exterminar las aves del lago Estínfalo, dominar al Cerbero para sacar a Teseo de los infiernos y robar las manzanas de oro del jardín de las Hespérides. En cumplimiento de esta última misión tuvo lugar la separación de los dos promontorios de Calpe y Abila, llamados, Columnas de Hércules, que unió el Mediterráneo con el Atlántico. Armado de su clava y cubierto con una piel de león viajó por muchos países exterminando bandidos, tiranos, gigantes y monstruos, hasta que al final de sus proezas entró en el Olimpo.
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