Sócrates fue el más divertido filósofo griego que existió, aunque sus teorías no tienen nada de jocoso. Por medio de incesantes preguntas hacía caer en contradicción a su interlocutor, que se veía obligado a confesar su ignorancia.
Igual que Pitágoras, Sócrates fue otro sublime filósofo que desdeñó poner por escrito sus enseñanzas. Para fortuna de la humanidad, su discípulo Platón, se encargó de recogerlas. Los jóvenes atenienses acudían hacia él y se apretujaban a su alrededor para escuchar las satíricas palabras de aquel hombre andrajoso, que no temía criticar ni a los nobles, ni a los malos gobernantes, ni a los maestros de filosofía que formulaban sus teorías con sofismos y palabras huecas. Virtuoso en extremo, como lo afirma Platón, prefirió morir condenado a beber la cicuta que retractarse de sus convicciones, que, al decir de sus enemigos, envenenaban a la juventud y destruían las creencias religiosas. Sócrates afirmaba la inmortalidad del alma y la existencia de un Dios supremo, muy diferente de las divinidades poéticas del panteón mitológico. Nació en Atica, hacia el 470 antes de Cristo y murió en Atenas, el año 399.
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