Siempre agradecemos al sastre cuando nos prueba un traje y acierta a la primera las medidas. Pero a ningún sastre se le debe tanto como al francés Thimonnier, inventor de la primera máquina de coser conocida.
Todos los sastres del mundo de tiempos pasados soñaron con poder coser las prendas más rápidamente para contentar a sus apremiantes clientes; sólo el francés Barthélemy Thimonnier (1793-1857) unía a sus deseos el talento mecánico necesario para conseguirlo, además de su oficio. Era sastre militar y a veces, los pedidos le llegaban de repente para todo un batallón. ¿Cómo hacer para ir más aprisa? No era cosa de coser y cantar, ni tan sólo de poner hilo a la aguja sino a una máquina. La ideó y la inventó. La máquina de coser Thimonnier era de madera y se movía por medio de un pedal; cosía mediante unos finos ganchillos, empleando hilo continuo, enrollado en una bobina o rodete. Pero el despabilado inventor, en vez de felicitaciones, recibió las más furibundas muestras de ira de sus colegas, quienes veían en el invento un peligroso artefacto que sustituiría mucha mano de obra. Esto sucedía en 1831 y Thimonnier tuvo que largarse con la máquina a otra parte.
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