Considerado el mejor violinista del mundo, Niccolo Paganini, nacido en Génova, al mismo tiempo que un extraordinario virtuoso del violín fue también un compositor de talento. La fama de su vida desordenada le ocasionó serios disgustos.
Tres factores contribuyeron a la siniestra fama de demoníaco que adquirió Paganini (1783-1840) para cierta gente: su inexplicable y secreta técnica del violín que no quiso revelar a nadie, su misteriosa cara de inquietante mirada y su vida licenciosa. A esto añadió él de su propia cuenta extravagancias inauditas. Amante del dinero hasta la avaricia, jugaba pródigamente, llegando a perder su propio violín, de incalculable valor. Por sus escándalos no pudo aparecer en público durante tres años. A un hijo nacido de los amores con una cantante, no se le ocurrió ponerle otros nombres que los de Aquiles, Ciro y Alejandro. Viajaba sin dejar rastro de sí y de repente aparecía allí donde menos se le esperaba. Para que no faltasen chocantes anomalías hasta el final de su vida, el obispo de Niza, ciudad donde murió Paganini, negó sepultura eclesiástica al artista que había sido condecorado por el papa León XII con la Orden de la Espuela de Oro.
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