¿Qué hubiese podido añadir la cámara fotográfica al ojo atento y perspicaz de Velázquez? Pintó con tal realismo que sus cuadros parecen exactos retratos, tocados por el genio de su arte.
Diego Rodríguez de Silva Velázquez (1599-1660), nacido en Sevilla, es el pintor de lo imposible. Pintó el movimiento de una rueda en el cuadro “Las hilanderas”, la sutileza del aire en “Las meninas”, la cojera en “La fragua de Vulcano”, la expresión de la cara de un sordomudo, la mirada alegre y estúpida de los borrachos, el silencio de la muerte. Por encargo de la corte hubo de retratar a los príncipes y nobles, y por gusto personal se inspiró en los tipos populares, envueltos en sus pobres vestidos, a veces llevados con la dignidad de mantos reales. Pensionado por Felipe IV, viajó por Italia donde estudió a los grandes maestros de la pintura que allí florecía. En los cuadros de Velázquez se refleja la inconfundible personalidad del autor, artista singular que se inspiró en la realidad más objetiva, sabiendo trasnformarla a su gusto y conveniencia.
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